Navegando en el mar de la cotidianidad veo las miles de máscaras que
adornan los diferentes egos y personalidades que circulan en las calles de esta
embrollada sociedad, como si de pronto la vida por medio de su curso natural
hiciera una fiesta haciendo tributo a la diversidad cultural.
Es natural que una sociedad superpoblada tienda a perder su propia identidad, lo que no es natural es
que esta misma sociedad en la individualidad se desconozca así misma. El tan frecuente mal
hábito de “Usted no sabe quién soy yo” es tan solo un perfecto ejemplo
evidenciador de esa necesidad absurda de ser recordados y reconocidos tras
haber hecho algo indebido, esa carencia de atención es tan solo el manifiesto de que tan vacíos están nuestros egos.
Cuando se hace referencia al ego siempre se tiende a confundir con la
autoestima, pero lo cierto del caso es que estos dos elementos no andan en la
misma frecuencia ni siquiera colindan en
la misma órbita. José Vicente Bonet, psicólogo de la Universidad de Granada España define la
autoestima como el conjunto de
percepciones, pensamientos, evaluaciones, sentimientos y tendencias de
comportamientos dirigidos hacia nosotros mismos, hacia nuestra manera de ser y
de comportarnos y hacia los rasgos de nuestro cuerpo y de nuestro carácter. En
otras palabras, es el juicio que hacemos sobre nosotros mismos. Ahora
bien, a diferencia de la autoestima el
ego es la instancia psíquica por la cual el individuo se reconoce como “yo” y
es consciente de su propia identidad.
En el transcurso de nuestras vidas es natural encontrar personas que en
su carácter pretenderán demostrar tener una personalidad triunfadora, pero lo
cierto del caso es que esta necesidad es
tan solo el manifiesto de muchas carencias. Estas personas se reconocen
fácilmente debido a que siempre hablan de ellas mismas, se jactan de sus
triunfos en cualquier oportunidad y nunca reconocen sus caídas sino que dejan
caer la culpabilidad de sus fallas en otros.
Otro gran síntoma del ego es esa errónea conectividad entre la
vulnerabilidad y la debilidad, suelen sentirse vulnerables y humillados ante
cualquier caída o error y es por esta razón que
empiezan a edificar sus propios muros imaginarios donde arman una
fachada llena fantasías con cimientos llenos de falacias.
Aparentemente mantener un equilibrio sólido entre ego y autoestima
resulta ser un acto bastante complicado. Sin embargo aprehender una actitud
humilde podría ser un buen comienzo para
tener una autoestima saludable, ya que reconocer nuestras virtudes y nuestros
defectos abren el camino no solo a una autoestima alta y sana sino que también
abre la puerta para llegar a una inteligencia emocional.
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