Había perdido
cualquier tipo de conocimiento, su ego se hundió en ese mar salvaje y profundo
del subconsciente, sus ideas permanecían en el letargo profundo mientras que su voluntad era presa
del olvido.
Podía serlo todo, sus
pensamientos eran libres y autónomos como para danzar con el viento. Un día era
un halcón hambriento que desesperado por
la hambruna merodeaba en la sabana en busca de su próxima víctima,
andaba de rincón a rincón con la sagacidad de la penuria pero con el
aturdimiento de la carencia. Cansado de ese torbellino de sensaciones posó
sobre una roca alta para atisbar algún roedor y ya a punto de derrumbarse
vislumbró a la distancia algo que parecía vivo en la desértica sabana, alzó
vuelo casi agonizando y devoró a su
presa con total violencia respondiendo a los estímulos de su propio instinto.
Otro día es un colibrí
de plumaje deslumbrante capaz de causar la envidia del sol, sus plumas centelleaban de forma tan
impactante que podían descomponer la luz
de los siete colores básicos por refracción y reflexión. Buscaba la flor del color más vivo, buscaba
la rosa más roja del jardín que quizás pudiera ser más intensa que el color de
su propia sangre para poder extraer el
más dulce néctar y obtener las calorías suficientes para mantener sus centenares de aleteos por segundo. No
obstante en medio de su ardua búsqueda dejó que su corazón latiera a galope con
la misma velocidad de sus alas, de repente perdió el aliento y se derrumbó en
la pradera cayendo al deceso.
En otra ocasión era un
pez que se sumergía en las aguas más cálidas del océano, nadaba al ritmo de
la finura de la bonanza mientras
exhalaba bocanadas de libertad. Su vida era totalmente apacible en el mar hasta
el punto de poder encontrar el sonido del silencio en medio de la tempestad. Su
cuerpo era tan dúctil como su alma, era flexible y solemne, siempre bailando en
el agua con la majestuosidad de algo que siempre ha sido libre. Tanta paz un
día lo llenó de dudas, de intrigas y de
inquietudes, y se sintió impulsado a nadar incansablemente hacia su
propio norte hasta perderse en las
corrientes de tan salvaje mar. Y así fué como malogro su paz, dejándose
arrastrar por esas aguas implacables de la incertidumbre.
De un momento a otro
sintió como la vida volvía a él, sintió el despertar de los sentidos y el fin de su larga ensoñación
animal. De repente, abrió los ojos y vio su cuerpo inmóvil en una camilla
conectado a miles de cables que lo mantenían en ese limbo entre la vida y la
muerte, entre ese límite que separa la vida sensitiva y vegetativa.
Si viajáramos a través
de nuestro subconsciente muy seguramente encontraríamos nuestro más salvaje
instinto animal el cual ha sido adormecido por la trivialidad de la existencia.
Ser más animal y menos humano probablemente resultaría el amparo para tanto mal
que vive la sociedad, ya que si nos dejáramos seducir por esa magia animal muy
seguramente viviríamos con menos temor y más valentía.
Amar en sentido animal
nos transportará al estado más básico y elemental del ser, amar sin la condición
del ego nos conectara con nuestro
espíritu para extraer de él la sabiduría necesaria para enfrentar la adversidad
del día a día.
Despertemos de ese
coma emocional el cual está sucumbida esta
sociedad, seamos más animal y menos vegetativos para darle alas al
espíritu y ser mucho más libres.
“And I'm here, in this emotional precipice,
in that frenzy of feelings that leads me into that limbo between love and fear,
driven by the magnetic force of love but vehemently resisting the force of
reasoning. And I'm here ranging between madness and sanity. Tired of that
hurricane of feelings, I decided to be driven by my own animal essence and I
allowed myself to love you without any restraint. Now, am more animal than
human and I love you with my most savage way”.
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