sábado, 25 de julio de 2015

LA ÚLTIMA HOJA DEL OTOÑO

Bajo el mismo árbol donde había prometido amor eterno se encontraba él, solo y meditabundo, supeditado a la espera mientras pensaba en lo fluctuante que es la vida; pensaba en la vigorosidad de la juventud y en la fragilidad de la vejez. Pues ya no era el mismo de hace 50 años, su cara estaba totalmente llena de pliegues de piel, algunas manchas en su rostro y vello facial donde no había antes. Pero aun así era necio y terco, seguía aferrado a la idea de volver a ver aquella sonrisa, la misma sonrisa promotora de sus fantasías y de sus ilusiones, la que se disipó en la bruma dejándolo de un momento a otro instalado en la soledad y en la tristeza. 

Ahora se sentía aprisionado en su propio mar de lamentos y para él no existen palabras para describir el desahuciante sentimiento de pérdida que lo desgarraba por dentro, se resistía a la idea de no poder verla de nuevo y como resultaba más sencillo dejarse llevar por la ensoñación, que vivir la cruel realidad, dejaba dar rienda suelta a su imaginación abrazado a la esperanza de verla una vez más sentada a su lado bajo aquel árbol. 

Los recuerdos se colaban en los entresijos de su mente mientras tomaban el control de sus emociones, revivió los encuentros amorosos junto a ella bajo ese mismo árbol, sintió en su rostro la reconfortante brisa del otoño mientras sentía correr por su cuerpo la cálida sensación del amor. De repente, tuvo la certeza de que era ella quien movía su mundo, era ella su eje central, su hilo conector con el universo, su polo a tierra y su gravedad. Ya sin ella nada tenía sentido. Sus dolencias y sus enfermedades comenzaron a acecharlo, su vitalidad se esfumó tras ella como si de un momento a otro le cortaran los hilos de la vida y le dejasen caer en el precipicio de la muerte.

Cansado de ese vaivén que lo llevaba de la euforia a la melancolía, exhausto de ese torbellino de emociones, se abandonó a su suerte y se dispuso a llamar a la muerte, y le exigió piedad. Sintió por fin el susurro del eterno descanso, abrió sus brazos y se dejó abrazar por ella. Y fue ahí, bajo el mismo árbol en el que una vez prometió amor eterno, donde sucumbió ante la espera y se entregó al deceso. Y fue así como cayó la última hoja del otoño.


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