lunes, 25 de mayo de 2015

AMEMOS A NUESTRO SUELO, AMEMOS NUESTRO TERRITORIO

Nuestra sociedad patriarcal ha sido sucumbida por esa eterna autoflagelación provocada por la despiadada   crítica destructiva, muchas veces nos comportamos como jueces desalmados con los demás e inclusive con nosotros mismos. Nos encanta mostrar nuestro inconformismo con todo; hablamos mal de lo que no conocemos, somos felices apuntando con el dedo y nos llena de total  regocijo ver la caída del otro para complacer nuestro instinto carroñero. Competimos con el otro acerca de nuestros triunfos y nuestros éxitos para luego aplaudir a nuestro ego engañado y subestimar la inmanencia ajena.

Nos comportamos como espectadores de los errores ajenos  como si buscáramos constantemente un palco en el escenario de la vida para contemplar  con plenitud cualquier caída del otro. Lo más inquietante del asunto no es tanto esa necesidad carnívora y carroñera, lo más preocupante es esa autodestrucción que estamos interponiendo; atacamos constantemente nuestra figura humana para obedecer ridículos estándares de belleza, vivimos comparándonos con los demás y nos encanta hablar mal de nuestro propio territorio.

Amo de manera descomunal a mi patria tricolor, hago parte de esa minoría que  aún tiene la fuerte convicción de que algún día la tormenta finalizará y que la bruma disipará para abrir paso a la tan necesitada paz. También debo decir que amo  con bastante fuerza a mi tierra cafetera, a mi Quindío del alma y a mi Armenia de mi corazón. Es por esto que me indigna tanto lamento, tanta reclamación, tanta indignación y tanta injuria por parte de mis coterráneos, los cuyabros.

Armenia es una ciudad milagrosa, es un paraíso de extremo a extremo capaz de brindar miles de satisfacciones tanto a visitantes como residentes. Considero que el concepto de ser un buen ciudadano ha sido devaluado a través del tiempo, nos hemos convertido en seres autómatas que responden mediante estímulos pasivos y que sin ninguna gracia ejecutan tareas sin alma alguna. Este sin duda alguna ha sido un mal que ha invadido nuestra idiosincrasia actualmente, ¿Por qué olvidar esa humildad y generosidad tan característica de nuestros ancestros campesinos? ¿Por qué no volver a lo básico? ¿Por qué no volver a aquellos tiempos donde amábamos nuestra tierra donde con orgullo decíamos ser provenientes de tierras cafeteras y presumíamos de tener el mejor café del mundo? Creo que volver a esos tiempos es ahora vital, ya que nuestra ciudad necesita de ese empuje y ese espíritu trabajador tan propio de los arrieros, es necesario tener sentido de pertenencia para construir desde los cimientos a esta tierra tan prometedora ¿Qué clase de ciudad es capaz de ofrecer  naturaleza paisajística en medio del concreto? ¿Qué clase de ciudad es capaz de brindar tanta calidez humana  a sus ciudadanos?



Mi invitación es a que olvidemos tanta queja y tanto lamento, Armenia es la tierra prometida, un paraíso para vivir y por lo tanto debemos tener sentido de pertenencia, recordemos que no se habla mal de lo que se quiere, vendamos una idea de Armenia próspera, una ciudad la cual tanto extranjeros como nacionales mueran por conocer.

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